Un recital hermoso por dónde se lo vea; una puesta en escena de gran calidad; mejestuosos y renovados los protagonistas; una producción escenagráfica armoniosa y en sintonía con el guión original; una orquesta y un sonido excepcional.
Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina construyeron en más de dos horas y media un show, que casi con seguridad, no hemos vivido en muchos años en Tucumán y probablemente pasará un buen tiempo para ser igualado.
Actores hábiles, zocarrrones, profundos, juguetones, histriónicos, el "Nano" y "Canalla" nos dejaron estrujado el corazón con el relato de sus cosas, con las canciones nuevas, con las letras (por Dios, lo que fueron "Esos locos bajitos" y "Tan joven y tan viejo") y canciones inolvidables de siempre, hoy ya patrimonio de una humanidad cada vez más agradecida y fiel.
A estos viejos amigos se les dió ahora también un poco por el "vodevil "y acertaron: nos llevaron desde el estadio de Atlético al viaje en el que viajaban con "La orquesta del Titanic", pero esta vez con un rumbo más seguro hacia el puerto previsible de la emoción, pero de esas que dejan una huella vasta y duradera.
La ironía continúa, el argumento gracioso del significado de la puesta, la voz de Marcos Mundstock (Les Luthiers) formaron un juego teatral compatible con la figura y la performances que Serrat y Sabina nos vinieron anticipando desde que comenzaron a construir esta propuesta musical que disfrutamos la noche del miércoles. Por caso, Mundstock cuando presenta al Titanic habla de que es un "paquebote", cuando debería haber sido "paque flote", un chascarrillo muy celebrado.
La actuación, digamos por decir, que salió muy buena: intercambiándose las canciones de uno y otro, reconstruyendo el registro y sonido más adecuado a la "vejez" de las voces de cada uno, modificando los ritmos, incorporando mucho oficio y escenario cuando la voces gastadas (más de 40 años cantando cada uno) no llegaban al tono.
La "troupe" comandada por el pianista y arreglador Ricardo Miralles y el guitarrista y productor Pancho Varona merecen sólo elogios y mostraron, eso sí, que saben tanto como que acompañan a estos "pájaros" desde siempre. "Hoy por ti, mañana también", dijeron - entre lo nuevo-, y la verdad que tuvieron razón más que nunca.
Y también en los roles de poeta de culto, y de callejero, bien señalados y evidentes, Serrat y Sabina nos dejaron una eternidad de afectos, recuerdos, emociones que no se nos irán probablemente nunca. De hecho, el show continúa ahora en los bares, en las casas, entre los amigos, en todas partes y seguirá quién sabe hasta cuándo. LA GACETA ©